Para no morir de frío, ni de inanición o de exceso de sueños, o por derrumbe cabal de mi locura. Para no morir abrasada entre el hielo cortante de los ojos y los glaciares de dudosas loas y los traficantes de ilusiones y los apostatas de la esperanza, y las garras inconmensurables de la avaricia y los ombligos cómplices del mal y las mortecinas lágrimas del sol. Para no morir de frío, escribo.