LA LLUVIA

LA LLUVIA Llovía con furia, con intensa y constante desesperanza y no lo digo por la pena que llevaba en su corazón, lo digo porque llovía a mares. Llovía a mares y Lucía arrastraba un cochecito de niño al que protegía con su único paraguas y toda la dedicación que su juventud podía darle. Llovía a mares, en sus ojos y en la calle, aunque no en su esperanza- su mínima ventana a la vida- y entonces llegó él, Álvaro. ¡Tanto tiempo sin verse! Se encontraron en la casualidad de aquella acera y él se ofreció a llevarlos. Si me esperas —dijo Álvaro— en esta esquina, voy a por el coche, subimos al niño, plegamos el carrito y os llevo a donde tú me digas. A mi casa que es el polo”, quiso decir ella, como Sabina, pero era totalmente impropio porque su casa tenía una magnífica calefacción central. Llovía con terquedad. Los minutos le parecieron eternos a Lucía cobijada en la entrada de una inmobiliaria. Finalmente, frente a ella, en la esquina, el conocido megane azul se detuvo....