Así que el amor era cosa fácil.
Se
trataba de elegir bien la mórbida
redondez
del hombro sobre el que poder llorar;
el
calor adecuado de la excitante nuca,
las
curvas con el vértigo exacto
y
el candor oportuno. La oración
coordinada
que resuelva los dilemas
cotidianos,
el número de espigas
que
puede cobijar una sospecha
y el color.
Especialmente
el color,
grado
y saturación de la mirada
con
que ella le comiese con los ojos,
y
a él,
le
quedase tatuada esa permanente
sonrisa
que no admite comentarios.
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