SIN PULSOS

Se apagaban los pulsos amados,

la luz de los labios,

la peregrinación por bancos de hospitales.



Se iban los ojos y los besos que nos dieron.

El hueco del espejo que nos reflejaba

como padres de los padres,

mientras seguíamos siendo solo hijos.



No había insolencia en la tarde

que nos asaltaba con recuerdos,

ni pereza en el día que nos urgía a seguir.

Era , simplemente, la ley áspera

y cruel de estar vivo.



Primero se fue ella y nos dolió

como solo una madre puede hacerlo.

Dejó toda su fortuna entre nosotros, a saber:

respetarse con la fortaleza de un gigante

y molestar de puntillas como una bailarina.

Dar todo por los hijos a cambio de disgustos

y finalmente sentirse completa y comprendida.



Después él marchó tras los paso de la esposa,

Sin llevarse una sola de las caricias que eran nuestras

ni una sola palabra de menos para nuestro ánimo marchito,

ni un impulso olvidado en el tesón de sus horas.



De esa forma perversa y lógica,

los abrazos crearon su conjunto vacio.

Vacio el sillón y el dormitorio, la cocina,

el pasillo, la escalera.



Se alargaban las sombras cuando no quedaron

ojos, ni manos, ni enfermos, ni risas,

ni largas conversaciones, ni bellas palabras,

cuando se cerraron las puertas y ventanas de las casa.



Pero hoy cerradas las cancelas,

rendidas las llaves, entregado el mapa del tesoro

perdemos el paraíso de la infancia para siempre,

la incertidumbre de la adolescencia,

la plenitud errante de la juventud,

y la mansa costumbre del desvelo

al entrar la madurez.



Abiertas las ventanas a otras voces,

ofrendadas las ganancias de los años y

cortados los ombligos del tiempo,

no queda nada a que aferrarse

para retener un poco más la eternidad,

para hacer creíble la utopía de la vida,

para respirar la familia que fuimos,

el tumulto de risas que formamos

como no sea hacer de los brazos una patria

del corazón la dulce ley de los reencuentros.

FUENTE IMAGEN

http://carameloverde.blogspot.com.es/2013_01_01_archive.html