Acelerando de JOSÉ HIERRO

 

Aquí, en este momento, termina todo,

se detiene la vida. Han florecido luces amarillas

a nuestros pies, no sé si estrellas. Silenciosa

cae la lluvia sobre el amor, sobre el remordimiento.

Nos besamos en carne viva. Bendita lluvia

en la noche, jadeando en la hierba,

trayendo en hilos aroma de las nubes,

poniendo en nuestra carne su dentadura fresca.

Y el mar sonaba. Tal vez fuera su espectro

porque eran miles de kilómetros

los que nos separaban de las olas,

y lo peor, miles de días pasados y futuros nos separaban.

Descendían en la sombra las escaleras.

Dios sabe a dónde conducían. Qué más daba. «Ya es hora

-dije yo-, ya es hora de volver a tu casa.»

Ya es hora. En el portal, «Espera», me dijo. Regresó

vestida de otro modo, con flores en el pelo.

Nos esperaban en la iglesia. «Mujer te doy.» Bajamos

las gradas del altar. El armonio sonaba.

Y un violín que rizaba su melodía empalagosa.

Y el mar estaba allí. Olvidado y apetecido

tanto tiempo. Allí estaba. Azul y prodigioso.

Y ella y yo solos, con harapos de sol y de humedad.

«¿Dónde, dónde la noche aquella, la de ayer...?», preguntábamos

al subir a la casa, abrir la puerta, oír al niño que salía

con su poco de sombra con estrellas,

su agua de luces navegantes,

sus cerezas de fuego. Y yo puse mis labios

una vez más en la mejilla de ella. Besé hondamente.

Los gusanos labraron tercamente su piel. Al retirarme

lo vi. Qué importa, corazón. La música encendida,

y nosotros girando. No: inmóviles. El cáliz de una flor

gris que giraba en torno vertiginosa.

Dónde la noche, dónde el mar azul, las hojas de la lluvia.

Los niños -quiénes son, que hace un instante

no estaban-, los niños aplaudieron, muertos de risa:

«Qué ridículos, papá, mamá». «A la cama», les dije

con ira y pena. Silencio. Yo besé

la frente de ella, los ojos con arrugas

cada vez más profundas. ¿Dónde la noche aquella,

en qué lugar del universo se halla? «Has sido duro

con los niños.» Abrí la habitación de los pequeños,

volaron pétalos de lluvia. Ellos estaban afeitándose.

Ellas salían con sus trajes de novia. Se marcharon

los niños -¿por qué digo los niños?- con su amor,

con sus noches de estrellas, con sus mares azules,

con sus remordimientos, con sus cuchillos de buscar

bajo la carne. Dónde, dónde la noche aquella,

dónde el mar... Qué ridículo todo: este momento detenido,

este disco que gira y gira en el silencio,

consumida su música...



De "Libro de las alucinaciones" 1964

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