UN CUENTO DE DICKENS EN EL SIGLO XXI
En
esa noche que llamamos mágica, de ilusión, de Paz, de Esperanza y no a la
lumbre de una leña, sino en una confortable casa de un pueblo. Un pueblo cualquiera,
pongamos Nalda, un abuelo contaba una historia a sus nietos.
Una historia que
él había leído o escuchado, aunque ya no sabía dónde y cuándo, pero que le
parecía la más conveniente para contar en esa noche mágica, de Paz, de
Esperanza, entre villancico y
villancico.
Dicen que pasado el
mes, los dos grupos de adultos se juntaron en una sala de la casa de cultura
del pueblo a decidir cuál era la mejor obra solidaria.
Dicen que en aquel mes
los muchachos y muchachas se esmeraron mucho en sus comportamientos y que movidos
por su amabilidad y cariño también los mayores, los más mayores y los niños
estaban más gentiles y alegres.
Dicen que el acuerdo
final no se alcanzaba hasta que, ya agotándose el plazo, uno de los padres
relató lo que aquella misma tarde había visto en la plaza del pueblo, aunque
realmente no sabía qué había ocurrido.
El hecho es que a eso
de las tres, cuando caía un tibio calor en los bancos de la plaza, un anciano muy
triste, decaído y cabizbajo se había sentado allí en uno de los bancos, el más
soleado. Un zagalillo como de cinco años que andaba jugueteando con su balón,
al ver sentarse al abuelo se acercó a él y se sentó a su lado.
El hombre no sabía
explicar qué hablaban o no, pero afirmaba que al cabo de un par de horas el viejecito
que se levantó de aquel poyo parecía más contento y hasta más joven.
Intrigadas las personas
allí reunidas, y tal vez sólo por comentar, decidieron llamar al zagalillo y
resolver su curiosidad.
Preguntado el niño
sobre qué le había dicho o hecho al anciano durante todo ese tiempo, la
respuesta sobre su actuación le valió el reconocimiento de todos.
La respuesta era muy
sencilla, como la propia naturaleza de un niño de cinco años y como la propia
naturaleza de la bondad que suele ser más fácil de llevar a cabo de lo que a
veces imaginamos.
Y por supuesto fue y es
una invitación a mirarnos en el espejo de vivir y a reflexionar sobre nuestra
propia bondad: “le he ayudado a llorar”
—dijo con toda naturalidad el chiquillo—.
María
José Marrodán 29 de diciembre de 2008.
En
el periódico los arcos.IMAGEN DE EULALIA CORNEJO EN CUENTO DE NAVIDAD
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