La noche se adueñaba limpiamente del parque, del corazón olvidado en la fuente, madres detrás de los balones y los niños, la risa columpio al firmamento, el paso lento y torpe del anciano. El sol va a morir siempre al mismo banco. El mismo hombre viene a su regazo, bajo sus pies desmiga baratijas: el pan de los besos perdidos, un alma varias veces vendida, alpiste de caricias que amotinan palomas petulantes y gorriones esquivos. Con el último rayo moribundo, el hombre sacude su miseria, ahuyenta aves y fantasmas. Extiende la sabana de raso de su vieja chaqueta y ablandaba la almohada imaginaria de su brazo. En las noches oblicuas, cuando el vidrio del balcón describe su reflejo, cuando duerme el pájaro y el niño, cuando la memoria viste traje de nostalgia recordando su casa, su vida, su trabajo, el hombre prende su luz particular, una luna brillante y pretenciosa. Otras veces, le ...