abocado de esa piel de la memoria.
Nos seduce su brillo. El color intenso
como labios voluptuosos de cereza.
que embriaga el alma y los sentidos.
Ese cuerpo que resbala ligero
por la vista y la copa hospitalaria. Y que, pese a la juventud, no es débil
y en su frescura mantiene el equilibrio.
Así eras. Algo así fuimos todos,
y todos los que llegan lo serán
Pero…no quieras volver,
ya sabes que somos hijos de la vid y del esfuerzo. Que aprendimos el sol
en el calendario de la lluvia. Y
la intensidad de las horas vividas
oxigenaron nuestras creencias
y fueron oxidando nuestro orgullo
dándonos una corporeidad nueva,
una nueva proporción en el gesto
elegante para afrontar el día;
en el gusto del roble en la vainilla;
en la amplitud con que sobrevolamos
naufragios varias veces permitidos.
No quieras regresar. Obvia el impulso
de quedarte en aquel vino cordial, joven, locuaz, frugal y perfumado,
pues somos camino y reposo
en el árbol y en la piedra, en el dolor.
Y al amparo de la herida y la noche
—como del cántaro y la barrica— nos moldeamos y convertimos
en todos los labios, los olores,
en todos los besos, todos,
en ese brillo que seduce a la luz.
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